> Importancia y singularidad


Cuando nos adentramos en la obra de Luis R. Díaz ante la aparente familiaridad y sencillez de sus trabajos nos va apareciendo un mundo de ideas y  metáforas que revelan la importancia y singularidad de sus petrografías. Estos cinco temas te podrán ayudar a reflexionar sobre su trabajo:

1) El Río como taller e inspiración. Luis entra en el Río sin nada, “desnudo” y sale con una “piedra viva”. En ese proceso creativo ha tomado del Río, no sólo la inspiración o la energía espiritual para crear, también ha utilizado su materialidad (piedra, limo, arcillas,..) para concretar su obra. El soporte, canto rodado o guijarro, ha sido lentamente modelado por el Río hasta llegar a esbozar figuras o ideas. La pintura que utiliza la constituyen los minerales que el propio Río ha ido depositando en su lecho, esta paleta de colores determina su obra. Es el Río quien entrega el “lienzo” necesario y la “pintura” imprescindibles pero lejos de acotar su trabajo lo expande al complejo mundo de lo sencillo y bello.

2) El soporte como metáfora. ¿Las petrografías son pinturas o esculturas? ¿Son objetos bidimensionales o tridimensionales? Estas preguntas no tienen una fácil respuesta. Luis encuentra en el Río esculturas que a nosotros se nos escapan. Su sensibilidad le lleva descubrir volúmenes, formas, vidas que descansan en que el montón de piedras de una orilla. Su intervención crea un objeto que puede ser contemplado como pintura o escultura. Es más, su obra no sólo nos invita a mirar, se amplía a otros sentidos y percepciones invitándonos a tocar, a palpar. Experimentamos la extraña sensación de sentir el calor del ser vivo pintado junto al frío del Río y la piedra. En definitiva, el soporte se convierte en un sinfín de metáforas que nos hacen saltar entre dimensiones y universos, entre lo visible y lo invisible.

3) Los temas como tótems o realidad. Si hay un tema preferente en la obra de Luis son los seres vivos míticos o “totémicos” de las culturas de las montañas del noroeste: osos, lobos, búhos y tejos (entre muchos). Luis tiene Alma de Lobo y Tejo: noble y antigua, libre y enraizada. Y desde este Alma se lanza a la tarea de expresar el Alma de sus creaciones. En cada gesto, en cada postura de sus dibujos nos encontramos con la fuerza interior del ser vivo representado, lo que expresa la íntima relación del artista con la realidad natural. Sólo alguien con Alma de Lobo y Tejo podría haber renovado el perdido vínculo con nuestros seres totémicos.


4) Originalidad y falta de referentes actuales. La obra de Luis es atemporal. Si buscáramos referentes directos que se asemejaran a la totalidad de sus trabajos (lugar, soporte, técnica,…) los encontraríamos en el arte mueble o portátil de la prehistoria (paleolítico superior, etc.) aunque sus resultados estarían más relacionados con el arte parietal. En la historia del arte, en general pintores/escultores han huido de la naturaleza al estudio-taller y han buscado técnicas cada vez más complejas (óleo, acrílicos,…..). El artista ha ido buscando más la sofisticación y la facilidad de los materiales que la integridad y la fuerza. Se ha sumergido en las vanguardias superficiales y el éxito de la modernidad desdeñando lo sencillo y bello. Luis es una “rara avis” que redescubre todo el potencial de lo antiguo y radical. Aunque no hay nada de primitivo en su arte "primitivo".

5) Una apuesta por el observador. Pero si queremos contemplar, sentir y apreciar la magnitud y complejidad de “Las Pinturas del Río” necesariamente tendremos que volver junto a Luis a su Río, de esta manera el ciclo de la creación-exposición podrá cerrarse. Sin este esfuerzo nuestra contemplación será tan vacía como el que sólo ve en la Naturaleza una fuente de lucro y degradación: nada de su belleza y vida se le revelará. Deberemos aceptar el reto de “abrirnos” a su sensibilidad. Si aceptamos este reto, su Río y sus míticos pobladores también nos acabarán habitando.

>Alfonso Fernández-Manso, 2013